Recibido: 4 de marzo de 2025; Revision Received: 14 de marzo de 2025; Aceptado: 17 de marzo de 2025; : 21 de marzo de 2025
Hay vida más allá de la medicina
A nadie, y mucho menos a los lectores de esta revista, habría que recordarles que asumir la profesión médica es dedicarse a una ocupación increíblemente absorbente. La realidad se hace evidente desde el momento en que se ingresa a la escuela de Medicina sin haber salido aún de la adolescencia o, si acaso, estrenando esos primeros años de adultez. Ese proceso de "maduración", si lo podemos llamar así, es muchas veces traumático. Estudiar Medicina implica renunciar a gran parte de la vida familiar y social, y a dedicar el escaso y valioso tiempo libre a estudiar o, en el mejor de los casos, a recuperar el sueño perdido.
Las cosas no mejoran en el año de internado, que es quizás el momento culminante del maltrato y el matoneo que por años ha acompañado la formación de un médico. Luego, solo si se es afortunado, se accede a la especialización, y a la presión por aprender y practicar se añaden las afugias económicas. Los otros compañeros de cohorte llevan ya vidas independientes y tienen (o están buscando) puestos con una remuneración que justifique todos los años de esfuerzo. El reloj del tiempo es inclemente, se van acercando los 30 años y aún no tenemos acumulados pagos a un fondo de pensiones, pero los años del retiro se ven tan lejanos que otras prioridades son las que encabezan la lista de preocupaciones.
Para las mujeres, que hoy son la mayoría en las facultades de Medicina, en particular para aquellas que tienen en mente la opción de una vida familiar tradicional, aquella de criar hijos y de echarse a cuestas la mayor parte de las labores del hogar, la situación es todavía más complicada. No en vano ellas acceden menos que sus pares masculinos a las posiciones de liderazgo, esas que involucran la toma de decisiones en los altos niveles. Encontrar una pareja solidaria que asuma de manera equitativa la difícil tarea de la crianza de los hijos no es fácil en esta nuestra cultura machista.
Ya culminados los estudios formales, la presión no cesa. Las deudas acosan y el espíritu mismo de la competitividad médica lleva a los colegas a trabajar más horas de las que recomiendan los gurús de la salud mental y, si se tiene la responsabilidad suficiente, a dedicar buenas horas de la noche o del fin de semana a la necesaria actualización, indispensable en este mundo cambiante, en estas oleadas de información que reflejan la velocidad a la que se mueve el complejo campo de la ciencia médica.
Pero calma, no todo es desconsuelo y desesperanza. Hay luces al otro lado de este oscuro y largo túnel. A mi juicio, la realidad de que hay otra vida que vivir está calando con fuerza tanto en la formación como en el ejercicio de nuestra exigente profesión. Aún recuerdo la reprimenda de una de mis profesoras de obstetricia, allá en el internado, cuando bien entrada la noche de un turno me sorprendió a medio camino en la lectura de La vorágine. Merecía yo, a su juicio, una sanción ejemplarizante con anotación en mi hoja de vida.
Afortunado soy, digo hoy con visión retrospectiva, en haber encontrado siempre un refugio en la literatura, la música o los viajes. Afortunado en saber balancear la fisio-patología de los trastornos sinápticos o los sesgos de la medicina basada en evidencia con los dilemas morales de Raskolnikov en Crimen y castigo, o con los recorridos épicos de Geo von Lengerke por las selvas del Carare en La otra raya del tigre. Hacen bien las facultades de Medicina representadas en Ascofame, de manera conjunta con la Academia Nacional de Medicina, en fortalecer esas otras facetas tan necesarias en nuestra estructura como personas y como profesionales. Somos, quién creyera, seres humanos.
"No pongas todos los huevos en la misma cesta", decían las abuelas. Cuando van llegando los años del retiro, cuando va siendo el momento de entregar la posta a las generaciones que nos han de remplazar, cuando miramos hacia atrás los logros profesionales y los alumnos que formamos, podemos estar entrando en la mejor etapa de la vida. "Los placeres sencillos son el último recurso de los hombres complicados", decía mi padre ya octogenario mientras regaba su jardín. Las plantas, la música, la contemplación de la naturaleza, así como la lectura, son todos placeres sencillos que llenan de significado la vida. No muchachos, no esperen a que los ovillos neurofibrilares se intercalen entre sus circuitos neuronales para ir aprendiendo a disfrutarlos, siempre habrá vida más allá de la medicina y hay que buscarla desde ya.